viernes, 14 de marzo de 2014

Cuento: "Por vos".

Noche de luces anaranjadas. Calle vacía y viento suave, constante. Caminar era danzar con el polvo de lluvia hecho gota fría en la cara. Silbar era componer música con la noche, y respirar era alimentarse de su tibio misterio.

Mentiría si dijera que mi mente era clara y franca. Al contrario: pensamientos miles se intercambiaban en corto intervalo y conectaban unos con otros formando una clase de guión. Ni tranquilo, ni exaltado. Caminaba buscando respuestas. No inocentemente había dejado mi casa en la ciudad para moverme entre los arboles hasta el camino al mar. Necesitaba menos ruido, y más melodía. Necesitaba menos diarios y más respuestas. Necesitaba conectar con lo que en la selva de asfalto y humo me era imposible conectar.

Cerca de las 8 de la noche seguí el viento sur y me fui a ver la noche nacer oscura en el horizonte de un mar que canta a grito pelado, y golpea con olas altas la arena en señal de protesta constante. El mar no soporta que viva en montañas de hierro gris. El mar quiere y pide que me entregue a su danza ancestral. Danza que te inventa. Danza que transmuta pena en sal.

El camino al mar, iluminado en noche y naranja, era de arena y hierba verde pálido. Estaba rodeada de arboles bajos fundidos en bosque. Llovía, poco. Y solo se podía oír el mar bramar.

Escuché una voz, cantar. La melodía era dulce. La armonía era melancólica. El color de voz era puro, y claro. Cantaba en un idioma distinto al mío. Pero era una voz que jamás pude olvidar.

Rompí en llanto. Su melodía había movido piezas de mi rompecabezas interno. Me caían las lágrimas y solo ansiaba llegar para ver la luna salir.

Estaba tan oscuro, pero su voz iluminaba la oscuridad hecha música. Esa voz me abrazaba y me empujaba más y más cerca al mar. No sentía las piernas, porque flotaba. La música era transporte de mi llanto hecho poema y dolor.

Sentía las manos que vi partir. Sentía la caricia que ya no vuelve. Sentí el dolor de decir adiós. Sentí la pena de ese nunca más. Sentí sus ojos cerrarse en mi. Sentí su sonrisa de nuevo en mi.

“Te fuiste” dije.

“Nunca”, me dijo.

“Me dejaste” dije.

“Soy en vos”, me dijo.

El viento me envolvió y la música subió hasta ensordecerme, y de rodillas caí en la arena.

Desperté con el sol en mi cara. Con la arena hecha frazada. Y el mar calmo, tibio, estético, espejando el cielo azul.

A mi lado, un corazón con alas dibujado en la arena.

Volví a mi casa. Y nunca volví a pisar el mar.


Por vos. 

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