Noche de luces
anaranjadas. Calle vacía y viento suave, constante. Caminar era danzar con el
polvo de lluvia hecho gota fría en la cara. Silbar era componer música con la
noche, y respirar era alimentarse de su tibio misterio.
Mentiría si dijera
que mi mente era clara y franca. Al contrario: pensamientos miles se
intercambiaban en corto intervalo y conectaban unos con otros formando una
clase de guión. Ni tranquilo, ni exaltado. Caminaba buscando respuestas. No
inocentemente había dejado mi casa en la ciudad para moverme entre los arboles
hasta el camino al mar. Necesitaba menos ruido, y más melodía. Necesitaba menos
diarios y más respuestas. Necesitaba conectar con lo que en la selva de asfalto
y humo me era imposible conectar.
Cerca de las 8
de la noche seguí el viento sur y me fui a ver la noche nacer oscura en el
horizonte de un mar que canta a grito pelado, y golpea con olas altas la arena
en señal de protesta constante. El mar no soporta que viva en montañas de
hierro gris. El mar quiere y pide que me entregue a su danza ancestral. Danza
que te inventa. Danza que transmuta pena en sal.
El camino al
mar, iluminado en noche y naranja, era de arena y hierba verde pálido. Estaba
rodeada de arboles bajos fundidos en bosque. Llovía, poco. Y solo se podía oír
el mar bramar.
Escuché una voz,
cantar. La melodía era dulce. La armonía era melancólica. El color de voz era
puro, y claro. Cantaba en un idioma distinto al mío. Pero era una voz que jamás
pude olvidar.
Rompí en llanto.
Su melodía había movido piezas de mi rompecabezas interno. Me caían las lágrimas
y solo ansiaba llegar para ver la luna salir.
Estaba tan
oscuro, pero su voz iluminaba la oscuridad hecha música. Esa voz me abrazaba y
me empujaba más y más cerca al mar. No sentía las piernas, porque flotaba. La
música era transporte de mi llanto hecho poema y dolor.
Sentía las manos
que vi partir. Sentía la caricia que ya no vuelve. Sentí el dolor de decir adiós.
Sentí la pena de ese nunca más. Sentí sus ojos cerrarse en mi. Sentí su sonrisa
de nuevo en mi.
“Te fuiste”
dije.
“Nunca”, me
dijo.
“Me dejaste”
dije.
“Soy en vos”, me
dijo.
El viento me
envolvió y la música subió hasta ensordecerme, y de rodillas caí en la arena.
Desperté con el
sol en mi cara. Con la arena hecha frazada. Y el mar calmo, tibio, estético,
espejando el cielo azul.
A mi lado, un
corazón con alas dibujado en la arena.
Volví a mi casa.
Y nunca volví a pisar el mar.
Por vos.
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